USADA POR TODOS

Tenía un día de esos donde te sientes asexual, sólo piensas en tus quehaceres diarios y no te paras a pensar que lo que te rodea son, en su mayoría, hombres.

A mí me da igual que en mi campo profesional la mayoría sean chicos, hombres, señores… porque normalmente no tengo ninguna intención de hacerme notar como mujer. No me gusta el machismo ni el feminismo en el ámbito laboral o estudiantil.

De hecho, es probable que en el trabajo alguien piense que soy una sosa sexualmente. No me importa, porque fuera de él soy distinta. No necesito demostrarle nada a nadie, al menos nada que no tenga que ver con mis capacidades intelectuales.

Teníamos una reunión sobre un proyecto importante. Un cliente muy conocido había decidido abandonar a su antiguo proveedor de servicios y soluciones para pasarse a la competencia, así que queríamos hacerlo lo mejor posible, para que vieran que calidad-precio somos insuperables. Un error hubiera sido fatal, así que eligieron a dos jefes de proyecto: a mí y a un compañero. El resto, eran otros cinco hombres, de los mejores. Nos sacaron a todos de otros proyectos y nos pusieron a trabajar en conjunto. Una vez estuviera todo definido y aceptado, podríamos relajarnos un poco.
Allí estuvimos hasta la 1 de la mañana, en la sala de juntas, poniendo cosas en común y haciendo un brainstorming, como se suele llamar. Me entregué a aquello porque supondría un gran aumento de sueldo para mí, además de una satisfacción personal. No obstante, desde las 8 de la mañana llevábamos en la oficina y yo estaba muerta por irme a casa, dormir y pegarme una ducha relajante. Lo que peor llevaba es que al día siguiente tenía que entrar de nuevo a las 8, así que no me iba a dar tiempo ni a dormir suficiente.
Ya estábamos a punto de zanjar la reunión, cuando la vena que se les despierta a algunas personas de madrugada empezó a florecer en algunos de mis compañeros. Se empiezan a comportar de forma juerguista, soltando bromas, creyéndose que están saliendo de marcha y ligando, en lugar de en el trabajo con sus compañeros y compañera (es decir, yo).
Éramos ya los únicos que quedaban en todo el edificio, a parte del guarda de seguridad, que estaría monitorizando todo el movimiento de las cámaras en la sala de la entrada a la planta baja.
Me empecé a sentir incómoda porque faltaba menos de un suspiro para que se dieran cuenta de que no era una reunión de 7 hombres, si no de 6 hombres y una mujer. En ese mismo momento peligraría mi integridad como co-jefa del proyecto. En realidad empecé a sentir un poco de miedo irracional. Sabía que todos ellos tenían más de dos dedos de frente, pero también sabía que había un trozo de carne, dentro de los pantalones, que a veces llevaba la voz cantante.
De hecho, a uno ya se le había ocurrido sacar unos vasos de plástico y un licor que guardaba en su armario.
– Bueno, parece que hoy hemos avanzado bastante – dije – así que me voy a ir yendo, que mañana entramos pronto.
– Mírala, ya se quiere ir para estar mañana despierta y sin ojeras. Susi, quédate un poco más y brinda con nosotros. Por los viejos tiempos.
El que dijo eso era el único compañero de ellos que había venido conmigo a la universidad y el único que sabía algunas historias sobre mí algo comprometedoras. Hasta hoy se había portado bien porque nos unía una profunda amistad, pero temía que el alcohol y los demás le tiraran de la lengua demasiado. Encima me había llamado Susi: se había tomado una licencia innecesaria dentro del trabajo, donde todo el mundo me conocía como Susana, e incluso algunos sólo conocían mi apellido. Me hirvió la sangre y me entraron unas ganas locas de huir despavorida.
– Es tarde ya, «Porreta», quizá en otro momento… – recalqué el nombre que le daban en la universidad con un retintín que sonaba mejor en mi cabeza.
Supe, por sus miradas, que nuestra pequeña riña de dos frases había sido entendida por todos los allí presentes, así que me sentí aún más cansada y con ganas de que me tragara la tierra. Ahora mismo tenía dos opciones. La primera, irme a casa y esperar que mañana Enrique (que así se llamaba) hubiera mantenido la boca cerrada. La otra era quedarme con ellos y mantenerle la boca cerrada por mis propios medios. Por el bien de mi reputación, preferí la segunda, aunque hoy quizá me debería haber arrepentido.
– Venga, Susi – dijo, esta vez Antonio, el otro co-jefe – quédate un rato y brindemos.
– Está bien, pero quiero irme pronto y vosotros deberíais hacer lo mismo.
El licor que había sacado Javier era un licor suave en una botella blanca, pero que se subía rapidísimo a la cabeza. Nos dijo que se lo traía su hermana de algún lugar de África, junto con un picante también muy bueno. «Qué cosas más raras» pensé, pero ya estaba empezando a hacerme efecto el brindis y ya me sentía algo mareada. El proyecto se había quedado aparcado y aquello parecía el bar de la esquina. Por suerte ninguno de ellos fumaba y no tendría que dar muchas explicaciones al llegar a casa. Pero a ver cómo explicaba el olor dulzón de mi aliento y los ojos con chiribitas.
La conversación se fue focalizando en el sexo, cosa que ya no me desagradaba. Yo seguí, eso sí, callada y observando cómo se desenvolvían seis hombres, casi sin reparar en mi presencia o tratándome como uno de ellos. El único que sabía que yo tenía una vida detrás era Enrique y yo estaba esperando a que me mencionara solamente para cortarle tajantemente.
Cuando Enrique empezó a hablar de mí, yo miraba maravillada cómo se movían sus labios y salían las palabras a través de su boca. Todos se divertían muchísimo y parecía que no estuviese hablando de mí, supongo que porque el alcohol ya había hecho estragos en mi capacidad moral.
– Ahí donde la veis, tan mojigata, tan mujer de hielo, tan… – me miró – tan ella, en realidad es una tía de puta madre. Cuando estábamos en la facultad, salía mucho de marcha con nosotros y creo que llegamos a tener un pequeño roce… em… bueno más que como amigos, ¿verdad Susi?
Cuando todas las miradas se posaron sobre mí esperando una respuesta, yo apenas podía articular palabra y asentí manteniendo la compostura. ¡Estaba diciendo que sí había mantenido relaciones con Enrique y no podía hacer otra cosa!
La cara de sorpresa de los otros cinco fue espectacular y empecé a escuchar preguntas de si yo era buena en la cama, si estaba buena sin esa ropa de mojigata y cosas por el estilo.
– Tiene un cuerpazo muy atractivo, de verdad – siguió Enrique – os sorprendería saber que hay debajo de sus trajes serios y sus moños. Además, no sé si debería decirlo…
– ¡Venga dilo! – le animó Javier, que estaba tan borracho o más que los demás. Los otros hicieron un ademán de aplaudir para animarle a que siguiera hablando sobre mí.
– Pues que aún me masturbo pensando en ella.
Se oyeron carcajadas y vítores. En ese preciso instante miré a Enrique de otra manera, entre el mareo que tenía y un poco de lástima por haberme portado tan mal cuando éramos jóvenes.
No sé por qué pero me empecé a excitar al ser el centro de atención, aunque yo seguía muy callada y sonriendo, como si aquello no fuera conmigo.
Antonio se acercó a mí y me susurró que le gustaría verme el cuerpo. Como vio que yo asentía, beoda perdida, siguió subiendo el tono de sus comentarios.
– La verdad es que parece que tienes unas buenas tetas debajo de esa chaqueta.
Empezó a desabrocharme la chaqueta y me la quitó. Todo ello se desarrolló de una manera muy natural. Yo creí que todo era un juego y hasta me estaba divirtiendo. Debajo de la chaqueta apareció una camisa blanca ajustada, algo transparente. No me había percatado hasta ese momento, pero me había puesto un sujetador negro que se veía muchísimo bajo la camisa.
Todos estaban sentados alrededor de la mesa ovalada, algo desordenados ya por tanto alcohol, mirando descaradamente hacia mis tetas. Antonio se atrevió a ir más allá y me abarcó uno de mis pechos con su mano.
– Tío, es verdad, menudas tetas que tiene Susi…
Yo estaba flotando como en una nube y en realidad me daba igual si me desnudaba ahí mismo. En ese momento no era yo y lo veía todo desde un ángulo fuera de mi cuerpo o algo así.
Al ver que yo no me oponía, porque creo que estaban intentando cabrearme, siguió con el peligroso juego. Les pidió a los demás que comprobaran que las tenía naturales y, uno a uno, fueron pasando sobándome los pechos para comprobar su tersura y tamaño.
Con esos pantalones de traje vi enseguida que a muchos de ellos se les empezaba a notar un bulto bajo los pantalones. Estaba excitando a seis compañeros de trabajo y aquello mojaba mis braguitas.
Enrique me miraba con un poco de lástima, pero participaba como los demás en el corro y en las risas. Creo que su polla es la que más había crecido hasta el momento bajo el pantalón.
Siguieron con las bromas y comenzaron a desabrocharme los botones de la camisa. Se quedó abierta, con mis tetas aprisionadas bajo el sujetador negro de encaje que llevaba. Al ver que yo les dejaba tocarme, comenzaron a perder el miedo hacia mí y todos, por turnos o revueltos, quisieron tomar un trozo del pastel.
Enrique y Antonio llevaban la voz cantante, pero Pedro, Javier, Bernardo y Mario seguían de cerca, tocándome. Al final, entre los seis, me tumbaron sobre la mesa ovalada. La única sensación que tuve, además de la excitación creciente, fue de la frialdad de aquella mesa de madera. Unos me quitaban los zapatos, mientras otros soltaban el enganche de mi sujetador. Deslizaron mis pantalones hacia abajo y me dejaron en tanga, también negro.
Así estaba yo, con los ojos cerrados, pero viéndolo todo desde fuera, tumbada en la mesa, con las piernas ligeramente abiertas, toda mi ropa tirada por el suelo y seis hombres adorando mi cuerpo.
– Está buenísima – decían casi al unísono.
Noté manos calientes posándose sobre mi vientre y mis tetas. Algunos se paraban y enredaban sus dedos en mi pelo. Un dedo se introdujo en mi boca y yo lo lamí tímidamente. Alguien me bajó el tanga y no puedo concretar quién fue. Yo estaba abandonada a lo que me quisieran hacer, pero no pensaba participar en nada muy activamente, porque tenía en mí una sensación de estar siendo violada. Siempre me habían dicho que si me violaban, lo mejor era dejarme. Con tantos hombres no creí que necesitaran mi participación.
Doce manos en total recorrieron mi cuerpo, a veces notaba algo húmedo, una lengua, que se pasaba por cualquier parte de mi cuerpo. Una boca me chupó los pies para excitarme, pero a mí eso me hacía cosquillas. Una lengua relamió mi vientre y mi ombligo y varias manos luchaban por aprisionar mis pezones. Noté el frío de estar toda chupada, lamida y mojada. A la vez tres bocas se lanzaron hacia mis tetas, mientras otra recorría mis muslos hasta llegar a mi húmeda rajita.
Yo no podía del placer que ello me estaba dando. Me arrastraron un poco sobre la mesa hasta dejar mi cabeza fuera. Noté cómo se introducían dos dedos dentro de mi boca y me la abrían. Acto seguido una polla se metió en mi boca y empezó a meter y sacarla de ella. Lo único que hice yo fue mantener la presión exacta para que le diera placer.
Me volvieron a mover, para ponerme atravesada en la mesa, así mi cabeza caía por un lado y mi culo y mi coño asomaban por el opuesto. Estaba abierta de piernas, empapada, olía a sudor de ellos, a excitación, pero yo seguía ahí tumbada, sin apenas moverme, salvo por la fiereza de sus manos.
Entonces noté que me dejaban de tocar, salvo el que se estaba follando mi boca. Noté una presión en mi coño y una polla me llenó la vagina. Alguien, quizá el mismo que me la había metido, estaba tocándome el clítoris en círculos. Yo me movía de un lado al otro y cuando la polla en mi boca entraba, la del coño salía. Así una y otra vez, compenetrados y penetrándome.
Al momento las pollas salieron y vinieron otras dos distintas (una mujer sabe cuándo son distintas) y empezaron a hacerme lo mismo. Y al rato otras dos. Así se fueron intercambiando de mi coño a mi boca, todos metiéndomela.
Abrí los ojos un poco y vi que estaban guardando cola y masturbándose mientras los otros dos me gozaban. En cuanto salían de mí esos dos se ponían al final de la cola y se tocaban con una mano. Así entraron cientos de veces los seis por esos dos agujeros. Yo me estaba muriendo del gusto con el movimiento, los toques del clítoris, la humedad de mi cuerpo…
Así hasta que al primero, el que estaba en mi coño, empezó a ir más rápido, casi haciéndole perder el ritmo al pene que estaba en mi boca. Se movía frenéticamente, bombeando dentro de mí.
Noté un espeso líquido que se derramaba dentro de mí y sentí que el primero ya se había corrido. Abrí los ojos y vi que era Enrique con cara de satisfacción. Se retiró y dejó paso al siguiente.
Ahora me follaban otros dos: en la boca estaba Javier y en el coño Pedro. Estos parecían compenetrarse y, debido a algún gemido mío, empezaron a aumentar el ritmo y se corrieron los dos casi a la vez. Me tragué todo el semen de Javier y mi coño empezó a chorrear lleno del semen de Enrique y de Pedro. ¡Qué delicia! Aún quedaban otros tres por irse. Bernardo tenía una polla gigante, la más grande de las seis y me la empezó a meter por el coño. Mario y Antonio se fueron turnando en mi boca, llegándomelas a meter casi las dos a la vez. Bernardo seguía penetrándome como un loco, y tocándome el clítoris salvajemente. Enrique, que ya estaba recuperado, vino a lamerme las tetas y así es como me sobrevino un orgasmo bestial. Se corrió Antonio en mi boca, Mario sobre mis tetas, manchando un poco a Enrique y Bernardo terminó de llenarme de semen el coño.
Acabé exhausta y casi desmayada. No recuerdo cuántas veces repitieron eso, pero sé que cuando desperté me dolía no solo el coño y la boca, sino también el culito.
Abrí los ojos en la mesa ovalada, ya entraba la claridad por la ventana y todos estarían a punto de llegar a trabajar.
Recogí mi ropa corriendo, los otros seis estaban durmiendo en las sillas o en el suelo. Salí despavorida y llegué a mi casa. Me duché, me cambié. Puse una lavadora para que mi marido no viera los rastros de semen en mi ropa y volví corriendo al trabajo. Perfumada y mojigata como siempre. Saludé al guardia de la puerta y subí al segundo piso, tranquilamente.
Al llegar noté un ambiente extraño. Los sitios de los seis de anoche estaban desocupados y la sala de juntas cerrada. También noté que el despacho de la directora estaba vacío.
Una compañera me dijo que esos seis estaban en un buen lío porque les habían pillado borrachos y durmiendo en la sala de juntas. Lo mismo los sancionaban. Yo me hice la sorprendida y me puse a trabajar, interesándome un poco menos que los demás en el tema. No creo que ninguno de ellos se atreviera a abrir la boca más sobre mí.

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